Deberes que preservan el matrimonio, William Gouge (1575-1653)

Posted on agosto 22, 2016

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Salmo 121

"Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá El que guarda a Israel. Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, Ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada Desde ahora y para siempre."

Bible Verse of the Day

¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
Exemple

Deberes que preservan el matrimonio, William Gouge (1575-1653)

EL primer deber principal y absolutamente indispensable entre el hombre y su esposa es la unidad matrimonial, por la que ambos se consideran una sola carne y consecuentemente preservan su unión inviolable. Ese es el deber que el Apóstol les recomienda con estas palabras: “Que la mujer no se separe del marido… y que el marido no abandone a su mujer” (1 Cor. 7:10-11). Está hablando de la separación de la pareja, quebrantando e invalidando así el lazo matrimonial. Quiere que la unión se conserve firme e inviolable, y que los dos que fueron hecho uno, sigan siéndolo para que no vuelvan a ser dos. Esta unidad matrimonial es tan necesaria que no puede ser infringida ni disuelta aunque uno sea cristiano y el otro pagano. Dice el Apóstol: “Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone” (1 Cor. 7:12-13)…

ACERCA DE LA PAZ ENTRE EL HOMBRE Y SU ESPOSA

Entre otros medios para mantener un afecto cariñoso interior entre esposos, algunos de los principales son: la paz, armonía y el acuerdo exterior. De hecho, el Apóstol les exhorta a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4:3), porque la paz es el lazo que amarra el uno al otro y hace que sean uno, aun uno en espíritu. Cuando sucede lo opuesto la discordia exterior desune el espíritu de los hombres. La Biblia nos estimula a seguir la paz con todos. Entonces, ¿con cuánta más razón deben los maridos tener paz con sus esposas y las esposas con sus maridos? Son más cercanos que hermanos y hermanas. ¡Entonces, cuánto más bueno y cuánto más delicioso es el habitar el esposo y la esposa juntos en armonía (Sal. 133:1)! Habitar juntos es algo que tienen que hacer, pero sin paz no hay un habitar juntos. Es mejor vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa (Prov. 21:9; 19; 25:24). Es mucho mejor que las personas que no se llevan bien permanezcan alejadas. No debe ser así con el hombre y su esposa, sino que más bien tienen que vivir en paz. La paz entre ellos es reconfortante, habiendo sido expuestos a las discordias de otros. Se ha dicho que en este sentido, la esposa es un remanso de paz para el hombre: ¿cuánto más el hombre lo es para su esposa?…
Para mantener la paz:
Eviten ofender: Hasta donde sea posible, eviten las ofensas. El esposo debe cuidarse de no ofender a su esposa, y lo mismo la esposa. Las ofensas causan discordia.
No se ofendan: Cuando una parte ofende a la otra, la otra no debe darse por aludida. Así conservarán la paz. La reacción a las ofensas es lo que da inicio a las rencillas.
Procuren la reconciliación: Si ambos se enojan al mismo tiempo, el fuego se hará más grande. Por esta razón, sean rápidos en apagarlo. La ira no debe compartir la cama con los esposos, ni deben ellos dejar de compartir la cama por ella. Para que el fuego se apague más pronto, ambos tienen que esforzarse por reconciliarse. La gloria es del que da el primer paso, porque de hecho es bienaventurado por ser conciliador. No aceptar la conciliación cuando se ofrece es peor que ser pagano; cuando surge la ira, el deber del cristiano es procurar calmar los ánimos: una gracia que viene de lo Alto.
No permita que se formen partidos: No lleven sus desavenencias a sus hijos ni a sus sirvientes ni ningún otro familiar con el fin de que tomen partido con uno y se pongan en contra del otro. El hecho de que el hombre hable con cualquiera en su casa en contra de su esposa o que la esposa lo haga en contra de su esposo es, por lo general, causa de problemas entre ambos.
No hagan comparaciones: Deben evitar criticar constantemente a su pareja comparándola con otras personas o con sus esposos o esposas anteriores (en caso de haberlos tenido). Las comparaciones de este tipo son muy dañinas. Suscitan muchos malos sentimientos y causan grandes discordias.
No sean celosos: Sobre todo, hay que cuidarse de los celos imprudentes e injustos, que son la desgracia del matrimonio y la causa mayor de disgustos entre el hombre y su esposa. Las personas celosas son rápidas para empezar riñas y buscar ocasiones para sembrar la semilla de la discordia. Toman cada palabra, cada mirada, acción y moción de la peor manera posible y, en consecuencia, se ofenden sin razón. Una vez que se encienden los celos, son como un fuego llameante fuera de control. Es imposible sosegar al que los tiene.
Deléitense el uno al otro: En todas las cosas buenas, tienen que esforzarse por deleitarse el uno al otro sacrificando su propia voluntad y evitando causarle un disgusto al otro. San Pablo hace notar que es el deber de ambos hacerlo y describe el cariño mutuo que los esposos se tienen como un desvivirse por alegrarse mutuamente.

ACERCA DE LAS ORACIONES MUTUAS DE LOS ESPOSOS

El mayor interés de los dos debe ser el bien del uno y del otro, que Salomón aplica en particular a la esposa; es decir, hacer bien y no mal todos los días de su vida. Recordemos que el bien del hombre incluye su alma, cuerpo, buena reputación y bienes.
La oración, un deber mutuo: Un deber general que incluye a todos los deberes es la oración. San Pedro exhorta que la relación entre esposos no sea un obstáculo para las oraciones. Da por sentado que la oración es un deber mutuo que uno le debe al otro, como el que Isaac demostró hacia su esposa (Gén. 25:21). Por medio de ella, que el hombre y su esposa se ayuden el uno al otro en todo lo que necesitan. Es el medio en que Dios, en su sabiduría, la ha santificado para obtener todas las bendiciones necesarias para otros y para uno mismo. Muchos la consideran un deber de poca importancia y de poco provecho, pero la verdad es que orar correctamente en verdad y con fe es difícil, pero sus efectos son poderosos. Es el mejor deber que uno puede cumplir para bien de otros y el que menos hay que descuidar. Ya mencionamos que Isaac oró por su esposa. Para demostrar el bien que le hizo a ella, nos dicen las Escrituras que el Señor lo escuchó. Así ella, siendo antes estéril, por este medio concibió un hijo. Todos los tratamientos médicos del mundo no podían haberle hecho tanto bien. Entonces, siempre, sin cesar, hay que cumplir este deber. Cada vez que los dos eleven una oración, tienen que tenerse en cuenta el uno al otro: sí y a menudo han de proponerse elevar oraciones en especial el uno por el otro, ya sea estando juntos o separados. Esto último concierne especialmente al esposo, quien es como un sacerdote para su esposa y debe llevar los ruegos de ella a Dios cuando están juntos…
Las cosas por las que los esposos y las esposas orarán solos: Hay varias bendiciones necesarias por las que los esposos y las esposas deben orar y que tienen que ver solo con ellos dos y corresponden ser mencionadas en las oraciones privadas entre ellos, como:
Siendo ambos una sola carne, tienen que ser también un solo espíritu: para que sus corazones sean como uno, entretejidos por un amor matrimonial, auténtico y espiritual, deleitándose siempre el uno en el otro, siempre dispuestos a ayudarse el uno al otro, y listos para cumplir con buena voluntad y alegría todos esos deberes que el uno le debe al otro.
Que su lecho matrimonial sea santificado: Siendo que es ordenanza de Dios, les corresponde cumplirla, manteniendo su lecho sin mancilla. No hay nada tan importante por la que debe orar mutuamente el matrimonio… debido al calor de los apetitos de la carne que la mayoría tiene. Si no se contiene por medio de la oración (el mejor medio para este fin), puede suceder que el lecho sin mancilla sea mancillado, y el hombre y su esposa pueden llegar a adulterar el uno con el otro. Como en otros casos, así también es esto santificado por la Palabra y la oración. La Palabra da una garantía y dirección para su uso. La oración lo sazona e igualmente lo bendice.
Para que puedan tener hijos y que estos puedan ser herederos de la salvación y vivan en este mundo para su propio bien y el de los demás…
Para que Dios les dé capacidad en lo que se refiere a los bienes de este mundo, y otros buenos medios para alimentar, nutrir y darles a sus hijos un buen futuro: y suficiencia para mantener a su familia y los bienes donde Dios los colocó.
Para que los dones y las gracias que necesitan y faltan en cualquiera de los dos les sean dados: y que los males y las enfermedades a los cuales están sujetos puedan ser superados.
Estas cosas y muchas similares brindan ocasión para que el hombre y su esposa oren de manera especial el uno por el otro y con otros.
Acerca de la preocupación del esposo y de la esposa por su salvación mutua

Acerca del deber particular de los maridos en este sentido: Del deber general de orar que es provechoso para todo, pasemos a las ramificaciones de las providencias relacionadas con el cuidado mutuo del hombre y su esposa. Comencemos con lo primero que deben procurar, a saber: el bienestar del alma del uno y del otro. El Apóstol indica que es algo que hay que procurar, donde dice: “Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Cor. 7:16). San Pedro insta a las esposas a esforzarse por ganar a sus esposos (1 Ped. 3:1-5). Y San Pablo establece para los maridos cómo es el amor de Cristo, que tiene un especial interés por el alma y su salvación (Ef. 5:22-32). Este es un deber de ambos que San Pedro subraya cuando dice que son coherederos de la gracia de la vida (1 Ped. 3:7).
El bien más grande que uno puede hacerle a otro es ser un medio que le ayude a obtener la salvación. Y no hay nada que puede entrelazar más profunda y firmemente dos corazones que ser este medio.
Acerca de la preocupación del marido y de la esposa por ganar a su cónyuge cuando este no es creyente: A fin de que el alma sea influenciada para bien, hay que tener muy en cuenta el estado presente del cónyuge en cuestión. Si uno es creyente y el otro no, el creyente debe usar todos los medios que pueda haber para lograr que el otro también crea. Si ambos son creyentes, su cuidado mutuo debe ser edificarse uno al otro en su fe.
En primer lugar, es el sentir principal de la exhortación de San Pedro a la esposa creyente en cuanto a su conducta a fin de atraer a su esposo a una fe auténtica… Ahora bien, si este deber es de la esposa, con más razón lo es del esposo, quien es designado como la cabeza y un salvador de su esposa. Con este fin, San Pablo aconseja a los esposos y a las esposas casados con no creyentes que vivan con ellos…
Los medios de conversión son la mejor razón para amar: Le place al Señor dar esta bendición al esfuerzo del esposo o de la esposa por ser el medio de conversión de su pareja; el que se convierte amará entrañablemente al otro y bendecirá a Dios con todo su corazón… porque han podido entrelazarse tan fuertemente…

ACERCA DE LA EDIFICACIÓN MUTUA DE ESPOSOS Y ESPOSAS

El segundo deber relacionado con la salvación del alma es que ambos cónyuges creyentes se esfuercen mutuamente por edificarse el uno al otro. El cristiano les debe esto a los demás, cuanto más el hombre y la esposa… La edificación espiritual mutua es el mejor uso que pueden y deben hacer de las coyunturas y ligamentos que los une. En virtud de esto, el cuerpo (concretamente el cuerpo místico de Cristo) crece con el crecimiento que da Dios (Col. 2:19). Ahora bien, el vínculo matrimonial, siendo el más firme de todos los demás y por el cual estamos íntimamente entrelazados, ¿en virtud de qué otro vínculo habríamos de edificarnos el uno al otro, sino en virtud del vínculo matrimonial?…
El hombre y su esposa deben prevenir el pecado de su pareja: Hasta donde les sea posible es el deber mutuo de esposos y esposas prevenir el pecado el uno del otro, esto se hace evidente por lo que dice el Apóstol: para prevenir que se engañen uno al otro “para que no [los] tiente Satanás” (1 Cor. 7:5). De estas palabras podemos arribar a esta doctrina general: Los cónyuges tienen que tener cuidado de protegerse el uno al otro de las tentaciones de Satanás, es decir del pecado, que es a lo que llevan todas sus tentaciones…
Indicaciones para prevenir el pecado: Para un mejor cumplimiento de este deber, el esposo y la esposa tienen que estar atentos y observar en qué pecado han caído, ya sea el uno o el otro, o qué ocasiones se presentan que puede conducirlos a pecar… Si ambos se irritan y enseguida se enojan, y uno nota esto primero en el otro, el que todavía está calmo debiera más bien sosegarse y con humildad y paciencia mantenerse tranquilo, no sea que al explotar ambos al mismo tiempo, toda la familia sufra…
Al esposo y la esposa les corresponde corregirse mutuamente los pecados: Ya sea que el esposo o la esposa ha pecado, el deber mutuo es que el que es inocente corrija al otro. Como si uno de ellos estuviera herido, el otro debe ocuparse de curar la herida. Esto es lo que hizo Abigail, esposa de Nabal, cuando se enteró de la furia de David contra Nabal por el desaire recibido de este. Se apresuró a llevarle alimento, y se humilló ante él (1 Sam. 25:23). Esto conmovió tanto a David que se tranquilizó. Sí, y Abigail se tomó el tiempo para hacerle ver a su marido su falta y el peligro en que esto lo había puesto. Más directamente y con más éxito corrigió Jacob la superstición o idolatría de su esposa Raquel, como puede verse comparando Génesis 31:19 con 35:2, 4. Un hermano no debe dejar que su hermano permanezca en pecado: cuánto menos puede la pareja dejar que esto suceda entre ellos.
Es un corolario del odio ser indiferente al pecado ajeno: No debes aborrecer a tu hermano (dice la Ley) y ser indiferente a su pecado (Lev.19:17). Hacerlo es muestra y fruto del odio. Si un esposo viera a su esposa o una esposa viera a su esposo en medio del fuego o en el agua, a punto de ser quemado o de ahogarse, y no hace todo lo que puede para rescatarlo, ¿no pensaríamos con razón que lo aborrece? El pecado es como fuego y agua, que quema o ahoga a los hombres para su perdición. Este deber puede cumplirse con sugerencias humildes, expresiones concisas, mansas llamadas de atención y con la ayuda de un pastor bueno o algún amigo discreto y fiel…
Cómo impulsar el crecimiento en la gracia: Este deber puede cumplirse de estas maneras:
Notando y mostrando aprobación por el comienzo y aun el paso más pequeño de adelanto en la gracia.
Conversando frecuentemente acerca de las cosas que les conciernen: haciéndose preguntas el uno al otro sobre el tema y contestándolas.
Poniendo esto en práctica y siendo ejemplos mutuos: siendo el uno para el otro un ejemplo constante de devoción.
Realizando juntos ejercicios religiosos, tales como orar, cantar salmos, leer la Palabra y otros.
Ejecutando ejercicios santos y religiosos en la familia: Aunque este deber corresponde especialmente al marido, a la esposa le corresponde recordárselo en caso de que se olvide y motivarlo a hacerlos, si le faltan ganas… En este tipo de persuasión, nadie puede prevalecer con un hombre mejor que su esposa.
Motivándose el uno al otro a concurrir a la casa de Dios para escuchar la Palabra, participar de las ordenanzas de Cristo y a conciencia ser parte de todo el culto público a Dios.
De Of Domestical Duties (Acerca de los deberes domésticos) reimpreso por Puritan Reprints y Still Waters Revival Books.
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William Gouge (1575-1653): durante 46 años pastor en Blackfriars, Londres; poderoso en las Escrituras y la oración, predicó 30 años sobre Hebreos, los puntos fundamentales de estos sermones se plasmaron en un comentario famoso. Nació en Stratford-Bow, Condado de Middlesex, Inglaterra.